Si escarbamos entre nuestros recuerdos, es probable que encontremos al menos un momento en el que nos hayamos sentido especiales en nuestra vida. Curiosamente, en un porcentaje elevado de casos, también es probable que ese recuerdo se encuentre ligado a una hazaña, un acto, un trabajo o a una persona que nos recordó que éramos importantes por eso que habíamos conseguido. Otras veces, ni tan siquiera parece que dependa de nosotros: es el otro quien nos lo recuerda y esto nos acostumbra a esperar que nuestro valor venga de fuera.
El día que nacimos, ya éramos especiales. Tuvimos la valentía de venir a un lugar del que no sabíamos nada, donde no nos habían preguntado si queríamos o no estar aquí. Nos dieron una palmadita en la espalda y ahí comenzó nuestra andadura.
Después crecimos, dimos los primeros pasos, las primeras palabras, comenzamos a relacionarnos, surgieron los miedos, la curiosidad y de nuevo fuimos especiales: estábamos gateando desde un presente hacia un futuro.
En este punto la cosa puede que empezara a complicarse: algunas dificultades se toparían frente a nosotros, nos acecharían fantasmas, sufriríamos algunas heridas que después habría que curar, nos esperaban emociones, decepciones, alegrías y tristezas… Algunas preocupaciones, exigencias o la rigidez impuesta por un mundo organizado, podrían alejarnos de nuestro sentimiento más innato.
Luego vinieron los adornos: dinero, trabajo, éxito, estar sano, seguir el camino establecido, la felicidad constante y un sinfín de ingredientes, todos ellos necesarios para que uno pudiera sentirse especial. Esto generó confusión: ya no sólo servía ser uno mismo, ahora hacían falta más cosas. Y lo más problemático: había cosas que no eran fáciles de alcanzar o dependían de uno mismo.
En unos casos, el camino continuaría igual, sin sobresaltos. Pero en otros casos, puede que el fracaso, la ansiedad, el miedo, la angustia o la tristeza invadieran al personaje. ¿No es fácil cuando no tienes todos los ingredientes?
En este punto, propongo cambiar la historia. Propongo volver al principio y cambiar el inicio. Propongo contar una historia que comience así:
“Ser especial es simplemente ser uno mismo. Somos especiales por el hecho de aprender en este paseo al que llaman VIDA. No esperes a que otro te lo diga, porque puede que esto no llegue cuando tú quieras. Si eres capaz de sentirte especial por ser quien eres, te respetarás, valorarás tus virtudes y aprenderás de tus defectos. Si entiendes que una persona puede equivocarse, tus exigencias serán menos rígidas y buscarás maestros en lugar de culpables”.
Aquí no acaba esta historia, como he dicho antes, sólo es el principio. Es importante que continuéis hacia un final, o hacia varios finales. Dadle vuestra esencia, vuestra experiencia.
Puede que hubiera sido más fácil si esto nos lo hubieran contado antes. Pero, también puede ser que quien debía contarlo no conociera bien la historia, quizás nunca antes la había escuchado o simplemente no supo contarla o lo hizo a su modo. Es complicado saber con certeza por qué las personas se comportan de una determinada manera en la vida.
Por suerte, sí tenemos la capacidad de conocer la intención de nuestros actos. Por eso, si en algún momento no os sentisteis especiales, pensad en esta pequeña historia y cread un nuevo recuerdo. Porque no depende del resto, depende de ti.
Puede que funcione.
Gracias por vuestros «Me gusta». Un abrazo
Me gusta el comentario,pero ay está él problema que la mayoría o casi todos no sabemos…tener valor para recomponerse,creo que no lo hacemos por el miedo de perder algo,pero o cambias o sigues con las lamentaciones..he ay el dilema!!!
Gracias por tu comentario María,
Esto es un proceso, y el miedo forma parte de ello. Sólo el hecho de plantearse un cambio ya es un avance. Y es cierto que puede que perdamos cosas, pero también se ganan otras, y necesitamos poner en la balanza lo que más compensa. Mucho ánimo en tu andadura. ¡Un abrazo!