Hace algún tiempo, una vez me preguntaron sobre mi profesión, ¿por qué alguien puede tener la necesidad de ir al psicólogo?. Curiosidades de la vida, el otro día encontré el escrito con el que contesté a esa pregunta. He decido mostrar un fragmento de mi respuesta particular a tan compleja pregunta.
Comprender los problemas propios y ajenos, interpretar emociones, sentir como lo hace el otro, conectar, encontrar el camino adecuado…Cada uno de nosotros buscamos eso en nuestro día a día. Es cierto que cada uno lo hace a su modo, con su estrategia, con su personal plan de acción, pero ¿qué pasa cuando ese plan no funciona?.
Cuando a uno le duele la cabeza o se hace daño en un pie, va al médico en busca de ayuda. Esa ayuda que el médico te presta es algo objetivo y visible: unas pastillas o un vendaje en este caso. En cambio cuando nos encontramos tristes o vemos que alguien cercano no come y adelgaza día a día, esperamos a que eso pase, “es una mala racha”. Podemos sentir la incapacidad de dormir porque uno no puede parar los pensamientos que invaden su cabeza, o puede que sintamos que el corazón no para de bombear a un ritmo frenético a lo largo de un día completo sin causa aparente, “ahora es que no sabemos vivir sin estrés”. A veces, lo que pasa es que un niño no parece comportarse acorde a su edad o notamos que hace cosas que llamamos “raras”, en este caso “eso es la angustia de ser padres, que no les hace objetivos”. Dejamos que el tiempo pase y lo arregle, “el tiempo siempre lo cura todo”, también intentamos solucionarlo sin éxito porque puede que no conozcamos el modo adecuado, incluso podemos llegar a pensar que son tonterías e intentamos aparcar los sentimientos (“si no lo veo, si no lo siento, no existe”).
La culpa no es buen acompañante del cambio. Las cosas que parecen superadas, simplemente puede que aún no lo estén, es cuestión de encontrar la causa. El desconocimiento, relativizar el problema o justificarnos no ayudan. El miedo, las inseguridades, no aceptar la realidad. Miedo al miedo. Ponemos barreras, obstáculos, cargamos con una mochila llena de piedras, que hace más lento nuestro caminar.
Imaginad una persona a la que acudir en busca de un vendaje para no dejar de lado los problemas, alguien que pueda ayudar en aquello que parece no tener solución, alguien que te eche una mano a dejar todas esas piedras para danzar más ligero. El psicólogo, comparándolo con el ejemplo del médico, es la persona que puede vendar esos problemas emocionales. El remedio no es tan visible, pues se basa en la palabra y en técnicas más subjetivas, y potencia que sea la misma persona la que encuentre cómo solucionar ese problema. Pero, es posible que funcione, quizás sea cuestión de intentarlo.
La figura del psicólogo es un elemento clave, en unos casos para simplemente orientar y explicar los posibles porqués, en otros para ayudar a aliviar el sufrimiento o malestar que experimenta la persona. El miedo a no ser entendido o a ser diferente a veces nos cohíbe de pedir tal explicación. Nadie es diferente o raro por llorar, sentirse abatido, tener ira o experimentar emociones que sentimos como negativas. Esto no se hace de forma voluntaria, sino que nos defendemos para expresar nuestro estado interior. No elegimos con conciencia herir a los que más queremos. Incluso, podemos llegar a ser nuestros peores enemigos sin darnos cuenta de ello.
Antes de acabar con esto, me parece que es importante comprender algo más sobre lo que quiero transmitir acerca de mi profesión.
-Los problemas mentales no son diferentes a los físicos. Un catarro o tener fiebre, no es lo mismo que una enfermedad degenerativa o un cáncer, pero en todos los casos, no dejan de ser motivo de consulta. Llevar una temporada de seis meses con mucho nerviosismo puede parecer no ser lo mismo que llevar años sin salir de la cama, pero ambas cosas también son objeto de motivo de consulta. El especialista prescribe la necesidad o no de tratamiento.
-No debe darnos miedo el que se le ponga nombre a las cosas. Lo importante es el trabajo que se pueda realizar para poder encontrarse mejor. Por ejemplo, puede que en el colegio a uno le hayan dicho que su hijo es hiperactivo. El fin, es potenciar el alcance de su mayor nivel de desarrollo, mediante apoyo y aprendizaje de estrategias alternativas para que el niño y su familia puedan normalizar su vida.
-Es importante sentir que alguien se pone en nuestro lugar, y que nos pueden comprender. Nos pueden escuchar sin juicios, sin consejos prefabricados. El psicólogo proporciona esta ayuda.
-La clave: acudir al psicólogo supone un esfuerzo personal que es la pieza fundamental para poder encontrarse mejor. Es posible conseguirlo, pero hay que tener claro que, a veces, los cambios no son de un día para otro. Pongamos el ejemplo de la construcción de una vivienda: se necesitan cimientos, ladrillos, tejas, basarse en los planos, tener tiempo para que todo vaya asentando, finalmente decoraremos su interior y haremos un lugar cómodo y acogedor para nosotros. Algo parecido pasa con el cuidado emocional y los cambios personales, construimos una nueva estructura que sujetará nuestro aprendizaje y afrontamiento ante las dificultades. También necesitamos todos esos elementos en forma de tiempo y esfuerzo.
En mi caso, creo que es necesario centrarse en el paciente, en quién tiene la necesidad. Ponerse en su lugar, comprender sus sentimientos, explicarle porqué a veces uno se comporta de una u otra manera, dejar claro que nada es una tontería. El psicólogo es el instrumento de la persona, intenta mostrar y enseñar en camino para que aprenda o descubra cómo puede hacer frente a su adversidad. Cuando no sabemos una palabra, vamos al diccionario o la consultamos en Internet; cuando no sabemos cuál es la causa de nuestro llanto o nuestro malestar, nuestro diccionario es el psicólogo. Cuando se rompe una mesa, usamos pegamento para reconstruirla; cuando la relación con tu familia o contigo mismo está fragmentada, el psicólogo te da pegamento para que vuelvas a unir los pedazos.
Para finalizar, os animo a que dejemos de lado al psicólogo como “Loquero”, “ese que te arregla la mente” o como “quien auxilia a los que parecen no tener cura”. Porque todos somos cuerdos en nuestra locura, todos a veces necesitamos un arreglo, y a fin de cuentas, todos podemos necesitar ayuda en esto a lo que llaman vida.